En 2016, Lula había dicho que “si lo ponían preso, se convertiría en héroe; si lo mataban, se volvería mártir, y si lo dejaban libre, se haría otra vez presidente”.
En abril de 2018, miles de personas en todo el mundo vieron el momento de la entrega del presidente Lula ante la Policía Federal, así como todo el esquema judicial que rodeó su aterrizaje en Curitiba, la manera como fueron reprimidos los manifestantes que lo esperaban y la libertad de expresión dada a aquellos que celebraban su detención. Era el retrato de un Brasil polarizado y de una justicia que no lograba ser imparcial.
Lula permaneció 580 días detenido en la sede de la Policía Federal de Curitiba. Fue puesto en libertad en noviembre de 2019, cuando la Corte Suprema determinó que su sentencia solo podría regir en el momento que todas las instancias de ley fueran agotadas, pues “la condena previa vulnera el principio de presunción de inocencia”.
Desde entonces han ocurrido muchas cosas. El pasado 8 de marzo, el ministro de la Corte Suprema Edson Fachini, en un acto histórico e inesperado, declaró que el 13º juzgado, bajo el comando del juez de segunda instancia Sérgio Moro no era competente para juzgar el caso. Como resultado, fueron anuladas todas las sentencias dictadas contra el expresidente Lula por ser consideradas ilegales.
De acuerdo con Cristiano Zanin Martins, abogado del expresidente, “en septiembre de 2015, el pleno del STF (Superior Tribunal Federal, por la sigla en portugués) determinó que solo los procesos que tuvieran relación directa con los ilícitos cometidos en Petrobras serían dirigidos a Curitiba”. Es decir que la decisión de Fachini tiene por base algo que ya había sido deliberado por el Supremo. “El ministro aplicó ese precedente al caso concreto del presidente Lula. Se trata de una decisión sólida, desde el punto de vista jurídico, y que sigue los preceptos de lo ya juzgado por los 11 ministros del Tribunal Supremo. Entendemos que esa decisión deberá prevalecer ante cualquier apelación. Es asunto que ni siquiera debe llegar al Pleno de la STF”, afirmó Martins.
En la práctica, el ministro Fachini restableció , integralmente, todos los derechos políticos del expresidente. El hecho ha causado furor en el ambiente político del país, especialmente entre los posibles protagonistas de las elecciones de 2022.
Sin embargo, entre más pasa el tiempo, más parecen estar en jaque la solidez y legitimidad de esa operación, lo que ha causado una nueva avalancha política en un Brasil que no ha podido reencontrarse.
Vale la pena recordar ahora que la política externa de Lula ha sido muchas veces admirada en diversos lugares del mundo y que Celso Amorim fue considerado en 2009 por la revista Foreing Policy, el mejor ministro de Relaciones Exteriores del mundo. En el escenario internacional, Lula dejó un gran legado que, en este momento de tantas contradicciones, sirve como punto de partida para los que esperan por la vuelta de la política externa “independiente y responsable” de Brasil. Entre muchas iniciativas del expresidente, debemos destacar:
1. América Latina, especialmente América del Sur, África y el Oriente Medio tuvieron un lugar prioritario en su política externa. Darle prioridad a América Latina significó mucho más que fortalecer el Mercosur y discutir tarifas o barreras comerciales con los países vecinos. La agenda para la política externa brasileña para la región incluyó, principalmente, cuestiones de defensa y democracia.
2. El comercio exterior se diversificó, lo que redujo la dependencia con relación a las economías de Estados Unidos y Europa.
3. Junto con los países de los BRICS, privilegió el multilateralismo y, en algún momento, abogó por la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU.
4. Pagó la deuda externa de Brasil al FMI.
5. Brasil tuvo un papel protagónico en la OMC y la FAO lideradas, respectivamente, por los brasileños Roberto Azevedo y Graziano da Silva.
Es, por lo tanto, esencial recordar que todo lo que ha rodeado las operaciones anticorrupción condujo al poder al presidente Jair Bolsonaro: el voto protesta, la campaña mediática, las fake news y la ceguera colectiva predominaron en el país, poniendo en evidencia una polarización ideológica, social y regional nunca antes vista en períodos históricos anteriores.
El resultado no podría ser otro: el Brasil que fue entregado al presidente Bolsonaro es un Brasil ávido de esperanza, aunque en confrontación.
Sin embargo, he aquí Lula, el Lula de siempre.
La pregunta es hasta qué punto los sectores conservadores del país van a permitir que llegue Lula. Si no sucede nada diferente, es probable que haya un nuevo embate político entre el lulismo y el bolsonarismo. En este momento es interesante analizar cómo algunos segmentos apuestan por el fortalecimiento de Lula con el fin de debilitar, aún más, al presidente Bolsonaro.
En 2016, Lula había dicho que “si lo ponían preso, se convertiría en héroe; si lo mataban, se volvería mártir, y si lo dejaban libre, se haría otra vez presidente”. Sin embargo, no todo es tan simple como parece. El debilitamiento del presidente Bolsonaro tras la reaparición de Lula da Silva no necesariamente representa el regreso de Lula al Palacio del Planalto, pero sí la posibilidad de abrir camino para que un candidato de centroderecha pueda rescatar un proyecto de país, sin sacrificar sectores económicos esenciales, muchos de ellos aliados del gobierno Bolsonaro: los bancos, los medios y el agronegocio.
Son esos sectores los que no aceptarán, fácilmente, que la disputa presidencial de 2022 se dé entre Bolsonaro y Lula. Como siempre, las articulaciones y alianzas estarán a la orden del día.
Como decía Tom Jobim, Brasil no es para principiantes.
Fuente: El espectador