El papá estaba enfermo de muerte, a la hija no le importaba, él la había abandonado cuando estaba pequeña, así que no se merecía su amor ni su compasión. Sin embargo, movida por un impulso interior, decidió ir a verlo al hospital que está en la Máximo Gómez.
En la recepción le dijeron: “Hace días que está muy mal. Solo está acostado de espaldas mirando la pared. No quiere hablar con nadie, ni comer. Parece que desea morirse.”
La hija subió a la habitación, le tocó la espalda y le dijo: “Papá, soy tu hija, y sólo vine a decirte que yo te quiero, a pesar de todo…” El papá no contestó, ni se volteó, se quedó en silencio. Y ella se marchó.
Al día siguiente, volvió y le dijeron: “Pidió comida. ¡Parece otro!”. En este caso real, quedó demostrado que el amor produce vida.
¿Sabe? No podemos vivir sin amor. La falta total de amor nos enfermaría a tal grado que desearíamos la muerte. Del amor auténtico, del real. Del que se da sin esperar nada a cambio.
La razón está en dos frases del evangelio de San Juan 1,1-18. La primera dice que a quienes reciben al Señor, Él “les da poder para convertirse en hijos de Dios” (Juan 1, 12). Recibir al Señor significa acoger su Palabra, creer en Él, creerle a Él, dejarse conducir por Él, aceptarlo como Señor.
Y una segunda Buena Noticia dice así: “Porque de su plenitud todos nosotros recibimos, ante todo, un amor que responde a su amor”.
Sí, amigo, ese amor que produce vida existe. Aquí está el origen: Los hijos de Dios lo reciben de su Padre.
En su primera carta, Juan nos lo dice: “Por esto existe el amor: no porque amáramos nosotros a Dios, sino porque Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo único para que nos diera vida”.
Hoy celebramos la irrupción en nuestro mundo del único amor que produce vida: el que se da sin que otro lo merezca, el que se regala sin que el otro tenga que pagarlo, el amor incondicional y gratis.
La pregunta de hoy
¿Es posible para un ser humano ofrecer este amor?
Sí, si hemos recibido el poder de convertirnos en hijos de Dios tenemos derecho a pedirle a nuestro Papá que lo infunda en nuestro interior para nosotros poder darlo, perdonar con facilidad, encontrando lo bueno en los demás y amando sin exigencias. Recibir este amor equivale a recibir la alegría y la paz, y el poder de producir vida alrededor. Y este amor hay que pedirlo, porque la capacidad de dar amor auténtico, al igual que la fe, se recibe cuando se pide.”